El guitarrista la contempla con adoración, la posa sobre sus piernas y coloca su mano sobre ella con sutileza. Aprecia el latir de su dama y suspira como un muchacho enamorado. Cierra los ojos y resbala sus dedos sobre las cuerdas; ella gime.
El público, inquieto por presenciar el más sagrado ritual de amor y de idolatría.